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Las emociones están de moda. Son nuestra energía para la acción (o para la inacción).

Hay seis emociones básicas: miedo, ira, tristeza, sorpresa, alegría y asco. Curiosamente, hay cuatro emociones negativas (miedo, ira, tristeza y asco), una neutra (sorpresa, puede ser positiva o negativa y ¡sólo una 100% positiva! (alegría).

Las emociones son fundamentales en la toma de decisiones. Por ejemplo, si nos invade la alegría, sentimos que esa situación es buena para nosotros y queremos repetirla. Las emociones negativas, en cambio, a menudo nos bloquean. Según Daniel Goleman, el gran divulgador de la inteligencia emocional, el 75% del éxito personal y profesional se debe a factores emocionales y solo un 25% a factores cognitivos.

En cualquier empresa existen empleados que tienden a quejarse de todo: del jefe, de los compañeros, del salario, de las tareas que tienen que hacer, etc. Es gente poco inteligente emocionalmente, que intenta siempre echar la culpa de sus fracasos y desgracias a otros y a circunstancias externas. Hay otros empleados, en cambio, que, en vez de hundirse y quejarse, utilizan las circunstancias adversas como crisis de crecimiento y madurez.

Gestionar bien las emociones negativas nos ayuda a crecer. Se suele aprender más de las situaciones que nos complican la existencia. Las emociones son como los músculos. Debemos ejercitarlas. Por ejemplo, invitando a comer a nuestro peor enemigo en la empresa o agarrando el toro por los cuernos con el más díscolo de nuestros colaboradores. Al entrenar las emociones, nos volvemos más fuertes y elásticos emocionalmente. La vida es como el póker: no gana aquel al que le tocan mejores cartas, sino quién sabe jugarlas mejor. Si practicamos emocionalmente, estaremos más preparados para nuevos retos.

La inteligencia emocional es la capacidad de interactuar con eficacia con uno mismo y con los demás. Cuanta más inteligencia emocional tenemos, más facilitamos nuestra vida y la de los demás. Cualquiera que tenga personas a su cargo debe asumir que gestionar personas es gestionar emociones. Los buenos líderes saben manejar las emociones. Una pregunta básica que se debe hacer cualquier directivo es: ¿Qué quiero inspirar en mis colaboradores? ¿Miedo o alegría?

Las emociones se contagian en el seno de las organizaciones (en positivo o en negativo). La responsabilidad de los directivos es crear las condiciones para un ambiente de trabajo motivador que insufle energía y emociones positivas en la organización. Así, los empleados inteligentes emocionalmente sabrán auto-motivarse e ilusionarse y, por tanto, generarán una dinámica muy positiva: su ilusión aportará valor a la empresa no sólo por su “efecto contagio”, sino porque también generará ideas para nuevos productos o métodos, facilitará y fluidificará la relación con los clientes, atraerá nuevas incorporaciones de talento, etc. Cuando todo eso suceda, el impacto en los resultados de la empresa será claramente positivo: en las ventas, en el beneficio, en la creación de marca, en el prestigio, …